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lunes, 31 de diciembre de 2012

Correcciones a unas afirmaciones realizadas por el diario El Tiempo

El día de ayer, el diario El Tiempo publicó un artículo acerca de esta página, sobre el cual es necesario realizar unas correcciones y aclaraciones muy concretas.

En primer lugar, en ninguna entrada de la página se ha ‘descalificado’ de forma personal a ningún político o congresista. La ‘Lista Negra’ se limita a recoger hechos concretos y objetivos, como son las votaciones y pronunciamientos de los congresistas y políticos respecto de los temas que la Doctrina de la Iglesia ha denominado como ‘no negociables’. Como se expresó al periodista de El Tiempo, Voto Católico no hace disertación teológica o evaluación propia de tales hechos sino que se limita a aplicar los principios que ya el Magisterio de la Iglesia, ha expresado con claridad:

Los católicos, en esta grave circunstancia, tienen el derecho y el deber de intervenir para recordar el sentido más profundo de la vida y la responsabilidad que todos tienen ante ella. Juan Pablo II, en línea con la enseñanza constante de la Iglesia, ha reiterado muchas veces que quienes se comprometen directamente en la acción legislativa tienen la «precisa obligación de oponerse» a toda ley que atente contra la vida humana. Para ellos, como para todo católico, vale la imposibilidad de participar en campañas de opinión a favor de semejantes leyes, y a ninguno de ellos les está permitido apoyarlas con el propio voto. (…) En tal contexto, hay que añadir que la conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral. Ya que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos en detrimento de la totalidad de la doctrina católica. (NOTA DOCTRINAL sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política. Congregación para la Doctrina de la Fe, 2002)

En segundo lugar, en esta página nunca se han publicado datos personales de los congresistas. Los números de teléfono publicados en la entrada “ALERTA! Proyecto de 'Matrimonio' homosexual a Primer Debate” son los de las oficinas de los congresistas en las instalaciones del Congreso, que así como los correos electrónicos, son perfectamente públicos en las páginas www.senado.gov.co, www.camara.gov.co, o www.congresovisible.org.

Vistas las apreciaciones publicadas por el diario, y comparadas con otras menciones como las de El Espectador, pareciera ser que el disgusto o malestar se origina, no en que se publique la información acerca de los políticos que apoyan el aborto, lo que es absolutamente propio de la dinámica democrática, sino en que tal información se llame ‘La Lista Negra’. Hemos oído el consejo del senador Baena y decidimos cambiar el nombre de la lista, que de ahora en adelante se llamará ‘La Lista Gris’ y de ese modo se evita realizar evocaciones a preconceptos que puedan dar origen a malentendidos.

Sorprenden dos afirmaciones realizadas en el artículo: La primera es que se hable de tomar “medidas legales contra el blog”. No se nos ocurre cuál puede ser el cargo de tales medidas legales dado que toda la información aquí expuesta es pública y fácilmente verificable en las actas del Congreso. Preocuparía que las razones por las que se considerase demandable a Voto Católico, fuese que considerasen que los católicos no deben saber qué políticos apoyan el aborto, o que los católicos no deban saber que no es compatible con su fe que voten a políticos pro-aborto, lo que dejaría serias dudas sobre su concepto de democracia.

Lo segundo que sorprende, es que la Dra. Isabel Corpas de Posada diga que estas iniciativas “Son posiciones fundamentalistas”. En el estudio de las religiones el término ‘fundamentalismo’, se refiere concretamente a corrientes dentro de una religión que abogan por la interpretación literal de los textos sagrados. El término nació justamente en el contexto del Protestantismo estadounidense para denotar a los grupos evangélicos que interpretaban literalmente los versículos de la Biblia. Sólo posteriormente, cuando el término se comenzó a aplicar a corrientes del Islam que se basan en la interpretación literal de las aleyas del Corán, el término pasó a convertirse en denominación política y peyorativa. En la Iglesia Católica, donde la interpretación de la Biblia está reservada al Magisterio apostólico de los obispos, es improbable, por no decir imposible, que surjan corrientes fundamentalistas dentro de la Iglesia. Es frecuente que la categoría de ‘fundamentalista’ sea utilizada por los progresistas para descalificar a quienes se oponen a su agenda, pero desconcierta que este fuera el uso dado por una doctora en Teología e investigadora religiosa. Preocupa por tanto que hable de “la teología actual, de tipo progresista”, pues queda la duda acerca de la identidad de tal ‘teología progresista’ con la Sagrada Teología que es propia a la fe católica.

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sábado, 29 de diciembre de 2012

Relativismo y crimen, por P. Pedro Trevijano Etcheverría

Artículo del P. Pedro Trevijano en InfoCatólica.

Decía el Dr. Nathanson, que de director del centro de abortos más importante del mundo, pasó a ser por puras razones científicas, pues la fe le llegó bastantes años más tarde, al autoconvencerse que estaba asesinando a seres humanos, un referente mundial en la lucha contra el aborto, que las campañas contra la vida que él dirigió se basaban en hacerse con el apoyo de los medios de comunicación, convenciéndoles que ello era lo verdaderamente liberal; en falsificar las estadísticas, exagerando tanto la cifra de abortos como la de mujeres muertes por no hacerlo en condiciones adecuadas; en jugar la carta del anticatolicismo, como si la oposición al aborto fuese sólo de la Iglesia Católica, y no hubiese otros muchos cristianos e incluso ateos que fuesen antiaborto, e ignorar las evidencias científicas. Es decir, su campaña se basaba en la mentira al servicio del crimen.

Una vez más, el problema es la relación entre verdad y libertad. Cada vez que la libertad, queriendo emanciparse de cualquier autoridad, se cierra a la verdad objetiva y común, fundamento de la vida personal y social, la persona acaba por asumir como única e indiscutible referencia para sus propias decisiones no ya la verdad sobre el bien o el mal, sino sólo su opinión subjetiva e incluso, su interés egoísta y capricho. En el relativismo el derecho deja de ser tal, porque ya no se funda en la inviolable e intrínseca dignidad de la persona, sino que queda sometido a la voluntad del más fuerte, y lo que empezó siendo democracia, se transforma en un totalitarismo que ni siquiera respeta el derecho humano más fundamental: el derecho a la vida. Reivindicar el derecho al aborto, al infanticidio, a la eutanasia, que consiste en dar muerte a una persona afectada de grave deformación o enfermedad incurable, y reconocerlo legalmente, significa atribuir a la libertad humana un significado perverso e inicuo: el de un poder absoluto sobre los demás y contra los demás. Es el fin de la igualdad entre los seres humanos. Somos criaturas e hijos de Dios, y por ello nadie, ni siquiera el Estado ni la mayoría, puede ni debe dejar de respetar la intrínseca dignidad de cualquier ser humano y mucho menos matarlo, ni siquiera aunque esté discapacitado o en el inicio o fin de su vida.

En cierta ocasión, en un debate sobre el aborto en mi ciudad, aunque estaba de oyente intervine contra el aborto, por lo que la que estaba a mi lado me soltó: «Usted es de extrema derecha». Para cuando me di cuenta, ya le había contestado: «Lo que es usted, es una asesina». Muchas veces he pensado si hice bien o mal, pero lo que tengo cada vez más claro es que, sabiendo que todos vamos a morir y que tendremos que presentarnos ante Dios, se necesita valor o estupidez para atreverse a presentarse delante de Dios habiendo votado a favor del «abominable crimen del aborto» (esta frase no es mía, es de la Iglesia Católica y del Concilio Vaticano II, en la Gaudium et Spes nº 51). En cambio recuerdo una conversación que tuve con una persona muy poco creyente que ocupaba un puesto que le exponía a un atentado terrorista que me dijo: «si Dios existe y me tengo que presentar ante Él, supongo llego en mejores condiciones si me matan por haber cumplido con mi deber».

Jesucristo dice de sí mismo «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), lo que significa que los creyentes no sólo creemos en Dios y en su Hijo Jesucristo, sino también en la vida y su valor. En el dilema entre la civilización de la vida y la cultura de la muerte, los creyentes debemos tener claro que nuestra elección está a favor de la vida.

Por ello no podemos aceptar la eutanasia, que es la indebida eliminación de una vida humana y por tanto un crimen, aunque se intente disfrazarla con sentimientos humanitarios. El origen y el fundamento del deber de respetar absolutamente la vida humana están en la dignidad propia de la persona y no simplemente en el instinto natural de conservar la propia vida física. De hecho además aprobar la eutanasia se presta a gravísimos abusos, pues ni siquiera se respeta la voluntad de la víctima, que hace que muchos ancianos lleguen a llevar en los países donde está permitida, como Holanda, una tarjeta en el que la persona solicita que en caso de enfermedad, no se la lleve a un hospital, por el miedo que en vez de ser curada, sea asesinada. Personalmente puedo decir que no veo a los enfermos de la residencia de enfermos de Alzheimer de la que soy capellán, nada partidarios de la eutanasia y lo mismo me dicen otros capellanes de residencias de ancianos. En España, ya se nos ha dicho que, cuando vuelvan las izquierdas, será una de las primeras leyes en aprobarse. En pocas palabras, la relación entre relativismo y crimen es muy estrecha.

Pedro Trevijano, sacerdote

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viernes, 28 de diciembre de 2012

28 de Diciembre, día de los Santos Inocentes

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jueves, 27 de diciembre de 2012

Dios lleve al cielo a los niños abortados y a los nacidos que mueren sin bautismo, por P. José María Iraburu

Artículo del P. José María Iraburu en su blog en InfoCatólica. 

José María IraburuLa fiesta de los Santos Inocentes que hoy, 28 de diciembre, celebramos en toda la Santa Iglesia, venera a aquellos niños de Belén y alrededores que, sin tener la fe cristiana, ni haber recibido el Bautismo, «murieron por Cristo». Son bienaventurados en el cielo e interceden por nosotros. Es, pues, una buena ocasión que Dios nos da para meditar en las grandes verdades sobre el misterio de la vida humana, creada por Dios con la colaboración de los esposos.

–Dios infunde el alma del ser humano concebido. Todo ser humano es «engendrado» por sus padres y por Dios. Es Dios el «Creador en cada hombre del alma espiritual e inmortal» (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 1968,8). Y el Bto. Juan Pablo II enseña: «Ningún hombre viene a la existencia por azar; es siempre el término del amor creador de Dios […] De esta capacidad [procreadora] el hombre y la mujer no son dueños, puesto que están llamados a compartir en la decisión creadora de Dios» (17-IX-1983).

Por tanto la anticoncepción es intrínsecamente mala, porque frena, poniendo obstáculos físicos o químicos, la posible acción de Dios, creador de la vida humana; y «el aborto es un crimen abominable» (GS 52) porque mata un ser humano, al que Dios ha infundido el alma. En uno y otro caso el hombre y la mujer se rebelan contra Dios, constituyéndose en señores de la vida humana, impidiéndola o matándola. La vida humana es sagrada desde el primer momento de su concepción, porque Dios es su Señor, ya que Él es quien infunde la vida en el ser humano concebido.

Juan Pablo II, en la encíclica Evangelium vitæ (1995, 53): «Dios se proclama Señor absoluto de la vida del hombre, creado a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26-28). Por tanto, la vida humana tiene un carácter sagrado e inviolable, en el que se refleja la inviolabilidad misma del Creador. Precisamente por esto, Dios se hace juez severo de toda violación del mandamiento “no matarás” (Ex 20,13), que está en la base de la convivencia social. Dios es el defensor del inocente (cf. Gn 4,9-15; Is 41,14; Jr 50,34; Sal 19/18,15). También de este modo, Dios demuestra que “no se recrea en la destrucción de los vivientes” (Sb 1, 13). Sólo Satanás puede gozar con ella: por su envidia la muerte entró en el mundo (cf. Sb 2,24). Satanás, que es “homicida desde el principio”, y también “mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8, 44), engañando al hombre, lo conduce a los confines del pecado y de la muerte, presentados como logros o frutos de vida».

–¿Y cuál es el destino eterno que da Dios a «sus» niños que mueren sin bautismo, y concretamente a aquellos que han sido abortados? Es ésta una cuestión de inmensa importancia. Se trata del destino eterno de los niños que, sin haber llegado al uso de razón y libertad, mueren sin bautismo, y de los que son abortados involuntaria o criminalmente. La Comisión Teológica Internacional (CTI), dependiente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, publicó un amplio estudio sobre La esperanza de salvación para los niños que mueren sin bautismo. El Card. William J. Levada, prefecto de la Congregación de la Fe, presentó el texto al Papa Benedicto XVI, quien autorizó su publicación (19-I-2007). Es un tema que hoy, señala el documento, pide más que nunca la respuesta de la fe y de la esperanza en Cristo.

«En nuestros tiempos crece sensiblemente el número de niños que mueren sin haber sido bautizados. En parte porque los padres, influenciados por el relativismo cultural y por el pluralismo religioso, no son practicantes, en parte también como consecuencia de la fertilización in vitro y del aborto. A causa de estos fenómenos el interrogante acerca del destino de estos niños se plantea con nueva urgencia. […] Los padres experimentan un gran dolor y sentimientos de culpa cuando no tienen la certeza moral de la salvación de sus hijos, y las personas encuentran cada vez más difícil aceptar que Dios sea justo y misericordioso si excluye a los niños, que no han pecado personalmente, de la salvación eterna, sean cristianos o no. Desde un punto de vista teológico, el desarrollo de una teología de la esperanza y de una eclesiología de la comunión, juntamente con el reconocimiento de la grandeza de la misericordia de Dios, cuestionan una interpretación excesivamente restrictiva de la salvación» (2).

Los precedentes inmediatos de este documento son el Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia.

El Concilio Vaticano II (1965): «Cristo murió por todos y la vocación última del hombre es realmente una sola, es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual» (GS 22; cf. LG 16 y AG 5). Ofrece a todos: no solamente a los integrados en la Iglesia por el bautismo.

El Catecismo de la Iglesia Católica (1992) aplica ese principio a la cuestión que tratamos:

1261. «En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que “quiere que todos los hombres se salven” (cf. 1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: “dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis” (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo».

La Comisión Teológica Internacional (2007) adelanta en síntesis su conclusión en el inicio del documento aludido.

«El principio según el cual Dios quiere la salvación de todos los seres humanos permite esperar que haya una vía de salvación para los niños muertos sin bautismo (cf. Catecismo n. 1261). Esta afirmación invita a la reflexión teológica a encontrar una conexión lógica y coherente entre diversos enunciados de la fe católica: la voluntad salvífica universal de Dios / la unicidad de la mediación de Cristo / la necesidad del bautismo para la salvación / la acción universal de la gracia en relación con los sacramentos / la ligazón entre pecado original y privación de la visión beatífica / la creación del ser humano “en Cristo”.

«La conclusión del estudio es que hay razones teológicas y litúrgicas para motivar la esperanza de que los niños muertos sin Bautismo puedan ser salvados e introducidos en la felicidad eterna, aunque no haya una enseñanza explícita de la Revelación sobre este problema. Ninguna de las consideraciones que el texto propone para motivar una nueva aproximación a la cuestión puede ser utilizada para negar la necesidad del bautismo ni para retrasar su administración. Más bien hay razones para esperar que Dios salvará a estos niños».

***

Esquema del documento La esperanza de salvación para los niños que mueren sin bautismo

Destaco en él algunas frases que me parecen más importantes.

Inicio, presentación del documento.

«La enseñanza tradicional recurría a la teoría del limbo, entendido como un estado en el que las almas de los niños que mueren sin bautismo no merecen el premio de la visión beatífica, a causa del pecado original, pero no sufren ningún castigo, ya que no han cometido pecados personales. Esta teoría, elaborada por los teólogos a partir de la Edad Media, nunca ha entrado en las definiciones dogmáticas del Magisterio, aunque el mismo Magisterio la ha mencionado en su enseñanza hasta el concilio Vaticano II. Sigue siendo por tanto una hipótesis teológica posible».

Introducción (1-7). La Iglesia ora por la salvación eterna de los niños muertos sin bautizar. Y esto es muy significativo.

«Teniendo presente el principio lex orandi, lex credendi, la comunidad cristiana tiene en cuenta que no hay ninguna mención del limbo en la liturgia. Ésta comprende la fiesta de los Santos Inocentes, venerados como mártires, aunque no habían sido bautizados, porque fueron muertos “por Cristo”. Ha habido [después del Vaticano II] un importante desarrollo litúrgico con la introducción de los funerales por los niños muertos sin bautismo. No rezamos por los condenados. El Misal Romano de 1970 introdujo una misa funeral por los niños no bautizados cuyos padres deseaban presentarlos para el Bautismo. La Iglesia confía a la misericordia de Dios a los niños que mueren sin Bautismo» (5).

1. «Historia quæstionis». Historia y hermenéutica de la enseñanza católica

(8-10) Fundamentos bíblicos.

Es patente «la ausencia de una enseñanza explícita en el Nuevo Testamento sobre el destino de los niños no bautizados» (9). Pero sí se dan en él verdades fundamentales que permiten establecer tesis teológicas bien fundamentadas en la Revelación.

(11-14) Los Padres griegos.

«Muy pocos Padres griegos han tratado del destino de los niños que mueren sin Bautismo (11). Gregorio de Nisa es el único que le dedica una obra, en la que dice que «la muerte prematura de los niños recién nacidos no es motivo para presuponer que sufrirán tormentos» en la otra vida (12).

(15-20) Los Padres latinos.

En la Iglesia latina los Padres, siguiendo a San Agustín, que combate los errores de Pelagio, mantienen una convicción rigorista, pensando que «Dios condena a aquellos que tienen en su alma sólo el pecado original. Incluso los niños que no han pecado por su voluntad» (20).

(21-25) La Escolástica medieval.

«Puesto que los niños que no han alcanzado el uso de la razón [y a fortiori los abortados] no han cometido pecados actuales, los teólogos llegaron a la opinión común según la cual estos niños no bautizados no experimentan ningún dolor, e incluso gozan de una plena felicidad natural por su unión con Dios en todos los bienes naturales (Tomás de Aquino, Duns Scoto)». (23) «La expresión “limbo de los niños” fue acuñada entre los siglos XII y XIII para designar “el lugar de reposo” de estos niños» (24).

(26) La era moderna post-tridentina.

Contra los jansenistas, «Pío VI defendió el derecho de las escuelas católicas a enseñar que los que mueren sólo con el pecado original son castigados con la ausencia de la visión beatífica (“pena de daño”), pero no con sufrimientos sensibles (castigo del fuego, “pena de sentido”)» (Auctorem fidei, 1794).

(27-31) Del Vaticano I al Vaticano II. (32-41) Problemas de naturaleza hermenéutica.

2. «Inquirere vias Domini». Investigar los caminos de Dios.

(42-52) Principios teológicos. La voluntad salvífica universal de Dios realizada a través de la única mediación de Jesucristo en el Espíritu Santo. (53-56) La universalidad del pecado y la necesidad universal de salvación. (57-60) La necesidad de la Iglesia. (61-67) La necesidad del Bautismo sacramental. (68-69) Esperanza y oración por la salvación universal.

3. «Spes orans». Razones de la esperanza

(70-79) El nuevo contexto. (80-87) La filantropía misericordiosa de Dios. (88-95) Solidaridad con Cristo. (96-99) La Iglesia y la comunión de los santos. (100-101) Lex orandi, lex credendi.

«Antes del Vaticano II, en la Iglesia latina, no había un rito de exequias para los niños no bautizados, que eran sepultados en tierra no consagrada. En rigor tampoco existía un rito fúnebre por los niños bautizados, aunque en este caso se celebraba una Misa de Ángeles, y naturalmente se les daba sepultura cristiana. Gracias a la reforma litúrgica postconciliar, el Misal Romano contiene ahora una Misa por los niños que mueren sin bautismo, y además se encuentran plegarias especiales para este caso en el Ordo exequiarum. Aunque en ambos casos el tono de las plegarias sea particularmente cauto, de hecho hoy la Iglesia expresa en la liturgia la esperanza en la misericordia de Dios a cuyo cuidado amoroso es confiado el niño. Esta oración litúrgica refleja y a la vez da forma al sensus fidei de la Iglesia latina acerca del destino de los niños que mueren sin bautismo: lex orandi, lex credendi. Es significativo que en la Iglesia Católica griega haya solamente un rito fúnebre para los niños, bautizados o no, y la Iglesia ruega por todos los niños difuntos para que puedan ser acogidos en el seno de Abraham, donde no hay dolor ni angustia, sino sólo vida eterna» (100).

(102-103) Esperanza.

«Nuestra conclusión es que los muchos factores que hemos considerado ofrecen serias razones teológicas y litúrgicas para esperar que los niños que mueren sin bautismo serán salvados y podrán gozar de la visión beatífica. Subrayamos que se trata de motivos de esperanza en la oración, más que de conocimiento cierto. Hay muchas cosas que simplemente no nos han sido reveladas (cf. Jn 16,12). Vivimos en la fe y en la esperanza en el Dios de misericordia y de amor que nos ha sido revelado en Cristo, y el Espíritu nos mueve a orar en acción de gracias y alegría constantes (cf. 1 Tes 5,18)» (102).

Termino recordando lo que la Virgen María dijo a los niños de Fátima (13-VII-1917): «Quando rezais o terço, dizei, depois de cada mistério: Ó meu Jesus, pordoai-nos, livrai-nos do fogo do inferno; levai as alminhas todas para o Céu, principalmente aquelas que mais precisarem». «Cuando receis el Rosario, direis después de cada misterio: Oh Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo, principalmente las más necesitadas». Los niños abortados y los que, sin llegar al uso de razón, mueren sin bautismo, son seres humanos que tienen alma. Seamos obedientes a la exhortación de la Virgen de Fátima.

José María Iraburu, sacerdote

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domingo, 23 de diciembre de 2012

Al César lo que es del César, por Pato Acevedo

‘Pertinentísimo’ artículo escrito por Pato Acevedo en su blog La esfera y la Cruz en InfoCatólica.

Conversando acerca de si podría haber un partido político católico, un visitante comenta:

De suyo tal partido debería llamarse César y hacerle caso al Señor: “Al César lo que es del César".

Jamás partido alguno podrá servir a los intereses de Dios, porque por principio político debe someterse a la voluntad de “la mayoría". Y la voluntad de Dios no es negociable, no se adapta a componendas, ni lobbys, ni sobornos ni nada de lo que César exige.

Cristo es Rey, no “presidente” ni “diputado". Su reino no es de este mundo, y Él murió y resucitó afirmándolo. Quien diga lo contrario, miente (como todos los políticos).

Al parecer, lo que nuestro lector propone es que nunca un cristiano podría actuar en política, porque el reino de Cristo no es de este mundo, y Él dijo “al césar lo que es del césar". Esta frase en particular se usa a veces para que los cristianos que actúan en política se olviden de sus convicciones y, si aceptan intervenir en política, se sometan a sus reglas de total prescindencia en materia espiritual, pues habría una barrera insalvable entre esos dos ámbitos: al césar lo que es del césar y a Dios lo que es Dios, la política y la religión no se mezclan.

Pero ¿es esto lo que NSJC tenía en mente cuando dijo estas palabras?

Para averiguarlo, revisemos el pasaje en su contexto. Aquí la versión que nos transmitió San Mateo, en el capítulo 22 de su evangelio:

15 Los fariseos se reunieron entonces para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. 16 Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie. 17 Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?».

18 Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? 19 Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto». Ellos le presentaron un denario. 20 Y él les preguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción?». 21 Le respondieron: «Del César». Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios».

22 Al oír esto, quedaron admirados y, dejando a Jesús, se fueron.

Lo primero que nos llama la atención es que la pregunta surge de los fariseos, pero no son ellos los que la hacen, sino que envían a sus discípulos a hacerla junto con los herodianos. Esta pequeña alianza es bastante irónica, pues los fariseos eran conocidos por su rechazo al yugo imperial romano, pero
aquí los vemos actuando junto con los seguidores de Herodes, precisamente el rey extranjero que el César había designado para que gobernara a los judíos. Sin dudas que la intención era que las palabras de Cristo, a favor o en contra de pagar impuestos, fueran oídas por testigos del sector interesado, y así condenarle.

San Marcos también identifica a los herodianos y fariseos en este episodio, aunque ya no habla de sus discípulos (Mt 12:13), en tanto que San Lucas hablar de que “le enviaron espías que fingían ser hombres de bien” (Lc 20:20), seguramente porque sus lectores gentiles no estaban familiarizados con las sutilezas de la política judía de la época. Como en otros casos, el evangelio de San Juan no hace mención de este episodio, pero es el único que, durante el juicio a Jesús, menciona que los judíos presionaban a Pilatos con que si liberaba a Jesús, no era amigo del César (Jn 19:12).

Es bien conocido el dilema que encierra la pregunta: si Jesús responde que es legítimo pagar impuestos, entonces los fariseos podrán acusarlo ante sus compatriotas de colaborar con las fuerzas de ocupación romanas; si no lo hace, los herodianos podrán llevar la noticia a sus líder, y Herodes mandará arrestarlo por traición.

Antes de contestar, NSJC les muestra una moneda, y los tres evangelios consignan que en sus manos tiene un denario, cuando sus interrogadores le dicen que tiene la imagen y la inscripción del César. En principio, la respuesta que les iba a dar Jesús no parece requerir de una moneda como “apoyo visual", perfectamente podría haber dicho “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios” y se habría librado de la trampa. Es por eso que la referencia a la imagen y el nombre del César que se encontraban en el dinero, debe ser una clave para nosotros de un significado más profundo en las palabras de Jesús, al que los tres evangelistas sinópticos han querido aludir.

La pregunta entonces, será: si el dinero lleva la imagen de César y por eso hay que dárselo al césar ¿Qué lleva la imagen y epígrafe de Dios, para que haya que dárselo a Él?

Evocando el episodio de la monstruosa esfinge que interrogaba al legítimo Rey Edipo, la solución de este acertijo es “El Hombre, que es creado a imagen y semejanza de Dios", como se enseña en el primer capítulo del Génesis. Vale anotar aquí que es muy probable que este significado fuera evidente para los fariseos, pero pasara inadvertido para muchos de los herodianos.

Todo esto es bastante estándar, pero ¿Qué relevancia tiene todo esto para nuestra conversación acerca de la participación de los cristianos en política?

Lo primero es que nos permite decir con seguridad lo que NSJC no está haciendo aquí, no está levantando una barrera insuperable entre religión y política. Lo segundo es que más bien parece decir todo lo contrario, que el hombre entero debe estar entregado a Dios, y sólo entonces podrá cumplir adecuadamente sus obligaciones ante la comunidad y la autoridad política. Al hablar de “dar a Dios lo que es de Dios” está aplicando el otro adagio tan conocido de “Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,33).

También es significativo que el Catecismo de la Iglesia Católica, si bien habla ampliamente sobre los deberes de los cristianos de participar en política, y la necesaria distinción (pero no separación) entre el ámbito religioso y el político, al citar el texto de Mt 22,21 lo hace para recordar la necesidad de resistir en nombre de Dios a las leyes injustas y los abusos de autoridad. Señala el Catecismo:

2242 El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política. “Dad […] al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21). “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5, 29)

Las negritas son nuestras, y apuntan a destacar que los católicos deben resistir a la autoridad no solo cuando están en juego las más graves violaciones a derechos fundamentales, como podría ocurrir en los regímenes dictatoriales, sino también cuando lo que se dice en el ámbito político vulnera las enseñanzas del Evangelio, como ocurre actualmente en nuestras repúblicas democráticas.

Es cierto que la política es un ámbito donde la verdad y la conciencia suelen transarse en aras del poder y el principio es que el fin justifica los medios, pero eso no implica que siempre esté vedado al cristiano participar. Alguno puede juzgar necesario entrar en política, y en ciertas coyunturas históricas será un deber cristiano hacerlo. Lo importante es que al tomar esa decisión no debe, ni se le puede exigir, dejar atrás su fe, porque antes de dar al César, hay que dar a Dios lo suyo, lo que Él ha creado.

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sábado, 22 de diciembre de 2012

La Conferencia Episcopal de Costa Rica se pronuncia contra el fallo de la CIDH

Cómo sabrán, La Corte Interamericana de Derechos Humanos ha condenado ha Costa Rica por prohibir la Fertilización In Vitro y la obliga a violar su propio ordenamiento constitucional que defiende explícitamente el derecho a la vida desde la concepción. Publicamos el comunicado de la Conferencia Episcopal de Costa Rica al respecto.

PRONUNCIAMIENTO DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE COSTA RICA EN TORNO AL FALLO DE LA CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS

Como Pastores del Pueblo de Dios, teniendo el grave deber de dar un juicio moral cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas, queremos expresar a los fieles católicos y a todas las personas de buena voluntad nuestra posición ante una disposición intrínsecamente incompatible con la dignidad de la persona humana.

Nunca hemos ignorado el legítimo y natural deseo de muchos matrimonios por tener hijos; pues, desde la atención pastoral a los hogares, conocemos de viva voz el dolor que se experimenta ante la infertilidad.

Hemos constatado cómo la "Defensoría de los Habitantes", la prensa nacional y algunos sectores de la sociedad han colaborado, de manera poco objetiva y parcializada, a generar una opinión favorable sobre la Fecundación In Vitro (FIV) en la ciudadanía, presentándola como una solución inofensiva para el hijo y la mujer y gratificante para estos matrimonios.

En contraposición a esas tesis la Iglesia ha insistido en que el deseo de engendrar no constituye un derecho en sí mismo. Asimismo, enfatizamos que el hijo tiene derecho a ser concebido naturalmente, llevado en las entrañas, traído al mundo y educado en el matrimonio. (Cfr Juan Pablo II. Instr. Donum Vitae n. 11)

La FIV es y será, hasta que no se garantice lo contrario, un procedimiento deshumanizante para el bebé. Sobre el particular, nos sorprende negativamente cómo, en ningún momento, se describe al embrión como un ser humano sino como un producto, que eventualmente, puede ser desechado, según los fines de los padres o intereses médicos.

Nuestra posición está fundada en la legítima aspiración por proteger la vida humana en su primera etapa de desarrollo por la que Costa Rica prohibió esta técnica desde el año 2000 y por la que hoy, mediante el fallo anunciado, es condenada por la Corte Interamericana, dictando un juicio absoluto sobre un aspecto tan grave como lo es la vida humana en su etapa inicial.

Ésta condena a Costa Rica es una acción sustentada en el criterio subjetivo de funcionarios internacionales, cuyos criterios particulares han lesionado la soberanía jurídica y constitucional del País.

La resolución sin embargo no nos toma por sorpresa. Primeramente, los peritos presentados por el Estado costarricense en la audiencia ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos incurrieron en contradicciones. Igualmente, algunos jueces durante los interrogatorios realizaron comentarios, en abierta objeción a lo que establece la Convención Americana sobre Derechos Humanos: "Toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho estará protegido por la ley y, en general, a partir del momento de la concepción" (Artículo 4), confirmando su criterio favorable a la FIV.

Apelando a la Tradición costarricense en defensa y respeto del Derecho Internacional, consideramos que este fallo es un lamentable ejemplo de la ideología de la cultura de la muerte que contradice a la ley natural y al Principio Judeocristiano de la dignidad humana, negando teórica y prácticamente el valor trascendente de la persona.

Este tema, como cualquier otro referente a la vida humana debe ser considerado por encima de perspectivas parciales de orden medico, económico, sociológico o ideológico, "a la luz de una sana visión integral del hombre y de su vocación, no solo natural y terrena, sino también sobrenatural y eterna". (Pablo VI. Humanae Vitae, n. 7)

Los sistemas constitucionales democráticos deben fundarse en sanos consensos morales, y no en acuerdos precarios, provisionales o históricos, por lo que lamentamos que las constituciones nacionales, y el sistema de valores que ellas sustentan, se vean alterados por la vía del abuso interpretativo de los jueces a favor de una mentalidad anti vida.

Como obispos y ciudadanos seguiremos insistiendo en que la vida humana posee un carácter sagrado, por tanto, todo ataque contra esta vida debe encontrar una firme y clara oposición por parte de los creyentes hijos e hijas de la Iglesia. Aunque esta técnica sea legalizada, mientras los embriones humanos sean asesinados, será siempre inmoral.

No se puede construir el bien común sin reconocer y tutelar el derecho a la vida como el pilar en el que se apoya toda sociedad civil.
Que Jesucristo, el niño Dios concebido en las entrañas de una Mujer y nacido en Belén, fuente y fundamento de la vida, nos de a todas la fortaleza de anunciarlo como "Camino, Verdad y Vida" para que en él, edifiquemos el futuro de nuestras familias y de toda la nación.

Dado en San José, 21 de diciembre del 2012

† Mons. Óscar Fernández Guillén
Obispo de Puntarenas
Presidente de la Conferencia Episcopal de Costa Rica

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miércoles, 19 de diciembre de 2012

Precisiones a Columna sobre Voto Católico en El Espectador

El día de ayer fue publicada en el diario El Espectador una columna de Cristina de la Torre sobre esta página, en las cuales realiza ciertas afirmaciones, que es necesario corregir y precisar, puesto que resultan de una deficiente comprensión del texto “Católicos y Política” del P. José María Iraburu. De entrada, es menester indicar que el texto del P. Iraburu, que en realidad es una serie de artículos encadenados, expone buena parte de la Doctrina de la Iglesia sobre la política. No es un documento magisterial, pero si una buena guía para introducirse en el estudio del magisterio de la Iglesia sobre política. Aún en la segunda parte del compendio, cuando el P. Iraburu entra a una disertación más propositiva, donde advierte estar expresando opiniones particulares, no deja de realizar referencia constante a la Tradición eclesial.
 
La primera precisión, la aclaración más urgente, es: Voto Católico Colombia, no es, ni pretende convertirse en, un partido político. Aunque reconocemos, como bien expone el P. Iraburu, que la existencia de partidos políticos confesionalmente católicos es hoy una necesidad urgente de la Iglesia en todos nuestro países de Hispanoamérica, Voto Católico no nació con ese propósito, sino que nuestra labor es la información, como bien está expuesto en todos nuestros perfiles en Internet. La misión de Voto Católico es informar al laicado católico de Colombia sobre aquellos temas que son de especial sensibilidad, pues afectan directamente a la dignidad humana y comprometen, por tanto, la participación de los laicos en coherencia con la fe que profesan. Voto Católico, desde el inicio ha hecho pública su perspectiva doctrinal, emanada directamente del magisterio de la Iglesia, a partir de la cual se analiza la realidad política colombiana, permitiéndole al lector conocer de antemano el enfoque propio de la página. Para absolver dudas, reiteramos estos principios magisteriales:
Cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabilidad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Este es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia (que no hay que confundir con la renuncia al ensañamiento terapéutico, que es moralmente legítima), que deben tutelar el derecho primario a la vida desde de su concepción hasta su término natural. Del mismo modo, hay que insistir en el deber de respetar y proteger los derechos del embrión humano. Análogamente, debe ser salvaguardada la tutela y la promoción de la familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad, frente a las leyes modernas sobre el divorcio. A la familia no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuánto tales, reconocimiento legal. Así también, la libertad de los padres en la educación de sus hijos es un derecho inalienable, reconocido además en las Declaraciones internacionales de los derechos humanos. Del mismo modo, se debe pensar en la tutela social de los menores y en la liberación de las víctimas de las modernas formas de esclavitud (piénsese, por ejemplo, en la droga y la explotación de la prostitución). No puede quedar fuera de este elenco el derecho a la libertad religiosa y el desarrollo de una economía que esté al servicio de la persona y del bien común, en el respeto de la justicia social, del principio de solidaridad humana y de subsidiariedad, según el cual deben ser reconocidos, respetados y promovidos «los derechos de las personas, de las familias y de las asociaciones, así como su ejercicio».[21] Finalmente, cómo no contemplar entre los citados ejemplos el gran tema de la paz. Una visión irenista e ideológica tiende a veces a secularizar el valor de la paz mientras, en otros casos, se cede a un juicio ético sumario, olvidando la complejidad de las razones en cuestión. La paz es siempre «obra de la justicia y efecto de la caridad»;[22] exige el rechazo radical y absoluto de la violencia y el terrorismo, y requiere un compromiso constante y vigilante por parte de los que tienen la responsabilidad política. (Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política. Congregación Para la Doctrina de la Fe, 2002)
Es inconcebible la existencia de la democracia si los electores no pueden conocer la agenda de los candidatos por quienes van a votar. Este y no otro, es el derecho que pretendemos ejercer con el proyecto Voto Católico Colombia. Los laicos de Colombia quieren tener la información, y la formación, para tomar una decisión que sea verdaderamente acorde con su conciencia, y los medios de comunicación, comprometidos en la agenda ideológica del progresismo, les niegan esa posibilidad.

La segunda precisión es la siguiente: No podría estar más lejos el P. Iraburu de pedir el levantamiento en armas del Pueblo Cristiano contra los gobiernos apóstatas de este mundo. Presumiremos, de buena fe, que el craso error en que incurre la columnista se debe a la lectura superficial del texto y no a la intención deliberada de manipular la información. Transcribo el fragmento completo de donde la columnista extrae la frase que cita, y en donde además se exponen los límites estrictos que la Iglesia pone a la resistencia armada para ser considerada legítima (prueba de su compromiso irrenunciable con la Paz):

También la guerra puede ser lícita para combatir leyes y gobiernos injustos, que llevan a un pueblo a la degradación moral y a la ruina. Pío XI en la encíclica Firmissimam constantiam, dirigida a los Obispos de México, siguiendo la doctrina tradicional, enseña que «cuando se atacan las libertades originarias del orden religioso y civil, no lo pueden soportar pasivamente los ciudadanos católicos» (1937: Denzinger nn.3775-3776). Y en ese texto indica las condiciones necesarias para que sea lícita una resistencia activa y armada. Es la enseñanza actual que expone el Catecismo de la Iglesia Católica:
«La resistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir legítimamente a las armas sino cuando se reúnan las condiciones siguientes: 1) en caso de violaciones ciertas, graves y prolongadas de los derechos fundamentales; 2) después de haber agotado todos los otros recursos; 3) sin provocar desórdenes peores; 4) que haya esperanza fundada de éxito; 5) si es imposible prever razonablemente soluciones mejores» (2243).
Es indudable, por ejemplo, que un gobierno que promueve y financia cientos de miles de abortos, y que convierte en «derecho» esos asesinatos, comete «violaciones ciertas, graves y prolongadas de derechos fundamentales de los ciudadanos», concretamente de los más pobres e inválidos, de los más necesitados de protección legal. Y también es indudable que pueden darse y se han dado circunstancias históricas en las que el pueblo cristiano debe en conciencia levantarse en armas y «echarse al monte», como los Macabeos, arriesgando con ello sus vidas y sus bienes materiales por la causa de Dios y por el bien común de la nación. Pero actualmente, por el contrario, casi nunca pueden darse en las naciones las otras condiciones exigidas para un lícito levantamiento del pueblo en armas. Son naciones tan sujetas al gobierno del Príncipe de este mundo, Satanás, que es casi imposible que se den en ellas las condiciones 3ª y 4ª.
Voto Católico Colombia, lejos de buscar cualquier tipo de acción armada, fue creado con el propósito de promover la evangelización de la vida pública colombiana, a partir de la participación política de los laicos en el sistema democrático. De ahí su nombre.

Esperamos que con estas puntualizaciones se haya aclarado los malentendidos que deja ver la columnista en su artículo. Ah, una última cosa. En Voto Católico Colombia no tenemos ninguna relación, ni conocemos personalmente al Dr. Alejandro Ordóñez, Procurador General de la Nación.
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sábado, 15 de diciembre de 2012

Homosexualidad y discriminación, por Daniel Iglesias Grèzes

Excelente artículo de Daniel Iglesias Grèzes, en Infocatólica.

1. Discriminaciones justas e injustas

Según el diccionario, la palabra “discriminar” tiene dos acepciones:
• Separar, distinguir, diferenciar una cosa de otra.
• Dar trato de inferioridad a una persona o colectividad, generalmente por motivos raciales, religiosos, políticos o económicos.

El diccionario concuerda en este punto con la filosofía clásica. Aplicando la noción clásica de justicia, según la cual “justicia” es dar a cada uno lo que le corresponde, resulta que hay dos tipos de discriminación: las discriminaciones justas (primera acepción del diccionario) y las discriminaciones injustas (segunda acepción del diccionario). Por ejemplo, es justo negar el derecho al voto a los menores de 18 años, discriminando (distinguiendo) su situación de la de los mayores de edad. En cambio, es injusto conceder subsidios estatales sólo a escuelas que brindan una educación secularista, discriminando (dando un trato de inferioridad) a las que brindan una educación religiosa.

El Artículo 8º de la Constitución de la República Oriental del Uruguay establece lo siguiente: “Todas las personas son iguales ante la ley, no reconociéndose otra distinción entre ellas sino la de los talentos o las virtudes.” Por lo tanto nuestra Constitución asume la misma concepción clásica que acabo de exponer. Ya que todas las personas son esencialmente iguales ante la ley, ésta no debe realizar discriminaciones injustas. Por consiguiente es inconstitucional que los impuestos pagados por todos los ciudadanos sean utilizados para financiar un sistema educativo que satisface sólo los intereses de algunos, los que tienen una ideología secularista. No obstante, la ley puede y debe realizar discriminaciones justas entre las personas, con base en sus diferentes conocimientos o capacidades ("talentos") o en sus distintas virtudes, incluyendo evidentemente las virtudes morales. Por consiguiente es constitucional negar el derecho al voto a los menores de 18 años, porque por lo general éstos aún no tienen la capacidad de discernimiento suficiente o los conocimientos requeridos para ejercer ese derecho.

 

2. La discriminación por “orientación sexual”


El Artículo 8º de la Constitución basta para apreciar la inconstitucionalidad de las normas que equiparan erróneamente las discriminaciones justas con las injustas.

Consideremos la Ley Nº 17.677, promulgada en 2003. En pocas palabras, esa ley penaliza a quienes practican la discriminación basada en la “orientación sexual". Busca proteger a las personas homosexuales, bisexuales y transexuales contra la discriminación.

Ante todo aclaro que en este artículo supongo que la expresión “orientación sexual” no se aplica a tendencias sexuales, sino a prácticas sexuales. Por ejemplo, la “orientación homosexual” no significaría el sentimiento de atracción hacia personas del mismo sexo, sino la práctica más o menos habitual de actividades homosexuales.

Ahora bien, debemos preguntarnos qué entiende la Ley Nº 17.677 por “discriminación”. Si se tratara simplemente de la segunda acepción del diccionario (la discriminación injusta) esa ley sería totalmente innecesaria, por ser redundante. Los homosexuales, los bisexuales y los transexuales son personas y nuestro ordenamiento legal –pese a sus fallas– básicamente protege los derechos de las personas. Así, por ejemplo, las personas homosexuales están protegidas contra la violencia, la tortura, etc. en cuanto personas, por lo cual resulta innecesario volver a protegerlas en cuanto homosexuales, dándoles derechos especiales mediante una ley especial para ellas.

Veamos, por ejemplo, el caso de la violencia. Es cierto que practicar la violencia contra una persona homosexual porque es homosexual debe ser considerado como un acto ilegal y punible; pero, en Uruguay y en todo el mundo, la ley desde siempre penaliza la práctica de la violencia contra cualquier persona por cualquier motivo distinto de la legítima defensa y otros casos asimilados o asimilables. Por lo tanto, en la hipótesis de que “discriminación” equivale a “discriminación injusta”, la Ley Nº 17.677 en el fondo no agrega nada nuevo al Código Penal, salvo en cuanto establece penas distintas para dos delitos similares, en función de las distintas motivaciones de los delincuentes.

Me explico: si Fulano golpea a Mengano, carnicero y homosexual, porque le vendió carne en mal estado, se le aplica la disposición tradicional del Código Penal; pero si lo hace porque odia a los homosexuales, se le aplica la nueva disposición legal. Esta distinción legal entre dos delitos semejantes encierra un error filosófico profundo: el de considerar toda “orientación sexual” como algo respetable en sí mismo, objetivamente. Por supuesto, una persona homosexual debe ser respetada; pero debe ser respetada porque es persona, no porque es homosexual.

Además, es necesario plantearse la siguiente cuestión fundamental: ¿Cuáles son las “orientaciones sexuales” que la Ley Nº 17.677 pretende proteger contra la “discriminación"? ¿Todas las “orientaciones sexuales” posibles, como el texto mismo de la ley parece indicar? ¿Se deberá entonces admitir como “derechos sexuales” la poligamia, la pedofilia, el incesto, el estilo de vida de los swingers y todo el elenco de los pecados contra la castidad y contra el matrimonio? Esta pregunta no trata de igualar las prácticas homosexuales con esas otras prácticas sexuales, evidentemente distintas a la práctica homosexual. Apunta, en cambio, a plantear la siguiente cuestión esencial: ¿Con qué criterio la ley civil puede proteger a algunas de esas prácticas sexuales y no a otras, sin contradecirse a sí misma? La conclusión lógicamente ineludible es que, si uno niega la existencia de un orden moral objetivo, no puede fundamentar racionalmente la distinción entre “orientaciones sexuales” protegidas legalmente y “orientaciones sexuales” no protegidas legalmente.

 

3. ¿Discriminación contra los cristianos?

Tenemos pues derecho a sospechar que la Ley Nº 17.677 apunta sus baterías principalmente contra la discriminación justa. En efecto, en algunos casos, no en todos, es justo “discriminar” (tratar en forma diferente) a una persona en función de su “orientación sexual”; por ejemplo, en el caso de un liceo católico que quiere contratar a un profesor de religión católica. La libertad religiosa y la libertad de asociación implican que en ese caso el liceo católico tiene derecho a discriminar a los candidatos al cargo en función de su religión. Sería absurdo y abusivo que la ley lo obligara a contratar a un ateo o a un musulmán como profesor de religión católica. Y dado que la religión católica incluye una doctrina moral que no es compatible con cualquier “orientación sexual” (al menos en el sentido de práctica sexual), las mismas libertades implican el derecho a discriminar en función de la “orientación sexual”, en este caso puntual.

Es probable que la finalidad principal de esta ley sea discriminar injustamente a quienes (por ejemplo, los cristianos) piensan y sostienen que la actividad homosexual es un desorden moral. Desde siempre la doctrina cristiana, basándose tanto en la fe en la Divina Revelación como en el recto ejercicio de la razón, ha considerado los actos homosexuales como pecaminosos. Desde 2003, los uruguayos que se animan a expresar públicamente esa antigua, extendida y honorable doctrina moral se exponen a ser denunciados penalmente por “homofobia”. Sin embargo, una denuncia de ese tipo sería totalmente falsa e injusta.

Recurramos otra vez al diccionario. Éste define la “homofobia” como “aversión obsesiva hacia las personas homosexuales”. Pero es obvio que la doctrina cristiana no nos manda odiar a las personas homosexuales ni sentir una aversión obsesiva hacia ellas, sino amarlas como a nosotros mismos, como el mismo Jesucristo nos amó, lo cual no implica aprobar sus prácticas homosexuales. Hasta un niño puede entender perfectamente algunas verdades elementales que muchos intelectuales ignoran o pretenden ocultar: que el amor cristiano al pecador y el odio cristiano al pecado no sólo son compatibles, sino que se exigen mutuamente; que Dios está siempre dispuesto a perdonar a cualquier pecador arrepentido, por graves que hayan sido sus pecados; que mientras hay vida hay esperanza de conversión; etc.

Equiparando burdamente el odio cristiano al pecado con un anticristiano odio al pecador es fácil encontrar un “homófobo” en cada cristiano coherente; pero se trata de una falaz tergiversación. El Evangelio de Jesucristo, cuyo anuncio es la razón de ser de la Iglesia Católica, es un mensaje de amor, perdón y salvación destinado a todos los hombres sin excepción, y una fuente inagotable de esperanza y de alegría para innumerables personas, incluyendo muchas personas homosexuales. Para cualquiera que quiera ver las cosas como son, es evidente que la Iglesia se esfuerza de muchas maneras por ayudar a las personas homosexuales a alcanzar la plenitud humana y cristiana.

Hoy nos enfrentamos a un fenómeno nuevo: la existencia de un grupo amplio e influyente de personas que, sin ninguna fundamentación racional válida, rechazan la doctrina católica sobre la conducta homosexual, condenan de un modo intolerante a quienes discrepan con su afirmación de la legitimidad moral de la actividad homosexual y hasta intentan acallarlos, desconociendo su libertad de expresión.

En definitiva, podemos sospechar con bastante fundamento que la ley en cuestión es inconstitucional porque prohíbe y penaliza lo que la Constitución permite y manda: hacer distinciones entre las personas con base en sus virtudes. Dado que discriminar es también discernir las diferencias, la condena de la discriminación justa tiende a la formación de un pueblo sin discernimiento, capacidad crítica o entendimiento, una masa para la cual, como en el tango Cambalache del músico argentino Enrique Santos Discépolo, “¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! ¡Lo mismo un burro que un gran profesor!"; y que, por eso mismo, termina arrinconando a “la Biblia contra un calefón”.

Daniel Iglesias Grèzes

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Bienaventurados los que trabajan por la paz: Benedicto XVI

MENSAJE DE SU SANTIDAD
BENEDICTO XVI
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
XLVI JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

1 DE ENERO DE 2013

BIENAVENTURADOS LOS QUE TRABAJAN POR LA PAZ

1. Cada nuevo año trae consigo la esperanza de un mundo mejor. En esta perspectiva, pido a Dios, Padre de la humanidad, que nos conceda la concordia y la paz, para que se puedan cumplir las aspiraciones de una vida próspera y feliz para todos.

Trascurridos 50 años del Concilio Vaticano II, que ha contribuido a fortalecer la misión de la Iglesia en el mundo, es alentador constatar que los cristianos, como Pueblo de Dios en comunión con él y caminando con los hombres, se comprometen en la historia compartiendo las alegrías y esperanzas, las tristezas y angustias[1], anunciando la salvación de Cristo y promoviendo la paz para todos.

En efecto, este tiempo nuestro, caracterizado por la globalización, con sus aspectos positivos y negativos, así como por sangrientos conflictos aún en curso, y por amenazas de guerra, reclama un compromiso renovado y concertado en la búsqueda del bien común, del desarrollo de todos los hombres y de todo el hombre.

Causan alarma los focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero no regulado. Aparte de las diversas formas de terrorismo y delincuencia internacional, representan un peligro para la paz los fundamentalismos y fanatismos que distorsionan la verdadera naturaleza de la religión, llamada a favorecer la comunión y la reconciliación entre los hombres.

Y, sin embargo, las numerosas iniciativas de paz que enriquecen el mundo atestiguan la vocación innata de la humanidad hacia la paz. El deseo de paz es una aspiración esencial de cada hombre, y coincide en cierto modo con el deseo de una vida humana plena, feliz y lograda. En otras palabras, el deseo de paz se corresponde con un principio moral fundamental, a saber, con el derecho y el deber a un desarrollo integral, social, comunitario, que forma parte del diseño de Dios sobre el hombre. El hombre está hecho para la paz, que es un don de Dios.

Todo esto me ha llevado a inspirarme para este mensaje en las palabras de Jesucristo: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).

La bienaventuranza evangélica

2. Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23) son promesas. En la tradición bíblica, en efecto, la bienaventuranza pertenece a un género literario que comporta siempre una buena noticia, es decir, un evangelio que culmina con una promesa. Por tanto, las bienaventuranzas no son meras recomendaciones morales, cuya observancia prevé que, a su debido tiempo –un tiempo situado normalmente en la otra vida–, se obtenga una recompensa, es decir, una situación de felicidad futura. La bienaventuranza consiste más bien en el cumplimiento de una promesa dirigida a todos los que se dejan guiar por las exigencias de la verdad, la justicia y el amor. Quienes se encomiendan a Dios y a sus promesas son considerados frecuentemente por el mundo como ingenuos o alejados de la realidad. Sin embargo, Jesús les declara que, no sólo en la otra vida sino ya en ésta, descubrirán que son hijos de Dios, y que, desde siempre y para siempre, Dios es totalmente solidario con ellos. Comprenderán que no están solos, porque él está a favor de los que se comprometen con la verdad, la justicia y el amor. Jesús, revelación del amor del Padre, no duda en ofrecerse con el sacrificio de sí mismo. Cuando se acoge a Jesucristo, Hombre y Dios, se vive la experiencia gozosa de un don inmenso: compartir la vida misma de Dios, es decir, la vida de la gracia, prenda de una existencia plenamente bienaventurada. En particular, Jesucristo nos da la verdadera paz que nace del encuentro confiado del hombre con Dios.

La bienaventuranza de Jesús dice que la paz es al mismo tiempo un don mesiánico y una obra humana. En efecto, la paz presupone un humanismo abierto a la trascendencia. Es fruto del don recíproco, de un enriquecimiento mutuo, gracias al don que brota de Dios, y que permite vivir con los demás y para los demás. La ética de la paz es ética de la comunión y de la participación. Es indispensable, pues, que las diferentes culturas actuales superen antropologías y éticas basadas en presupuestos teórico-prácticos puramente subjetivistas y pragmáticos, en virtud de los cuales las relaciones de convivencia se inspiran en criterios de poder o de beneficio, los medios se convierten en fines y viceversa, la cultura y la educación se centran únicamente en los instrumentos, en la tecnología y la eficiencia. Una condición previa para la paz es el desmantelamiento de la dictadura del relativismo moral y del presupuesto de una moral totalmente autónoma, que cierra las puertas al reconocimiento de la imprescindible ley moral natural inscrita por Dios en la conciencia de cada hombre. La paz es la construcción de la convivencia en términos racionales y morales, apoyándose sobre un fundamento cuya medida no la crea el hombre, sino Dios: « El Señor da fuerza a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz », dice el Salmo 29 (v. 11).

La paz, don de Dios y obra del hombre

3. La paz concierne a la persona humana en su integridad e implica la participación de todo el hombre. Se trata de paz con Dios viviendo según su voluntad. Paz interior con uno mismo, y paz exterior con el prójimo y con toda la creación. Comporta principalmente, como escribió el beato Juan XXIII en la Encíclica Pacem in Terris, de la que dentro de pocos meses se cumplirá el 50 aniversario, la construcción de una convivencia basada en la verdad, la libertad, el amor y la justicia[2]. La negación de lo que constituye la verdadera naturaleza del ser humano en sus dimensiones constitutivas, en su capacidad intrínseca de conocer la verdad y el bien y, en última instancia, a Dios mismo, pone en peligro la construcción de la paz. Sin la verdad sobre el hombre, inscrita en su corazón por el Creador, se menoscaba la libertad y el amor, la justicia pierde el fundamento de su ejercicio.

Para llegar a ser un auténtico trabajador por la paz, es indispensable cuidar la dimensión trascendente y el diálogo constante con Dios, Padre misericordioso, mediante el cual se implora la redención que su Hijo Unigénito nos ha conquistado. Así podrá el hombre vencer ese germen de oscuridad y de negación de la paz que es el pecado en todas sus formas: el egoísmo y la violencia, la codicia y el deseo de poder y dominación, la intolerancia, el odio y las estructuras injustas.

La realización de la paz depende en gran medida del reconocimiento de que, en Dios, somos una sola familia humana. Como enseña la Encíclica Pacem in Terris, se estructura mediante relaciones interpersonales e instituciones apoyadas y animadas por un « nosotros » comunitario, que implica un orden moral interno y externo, en el que se reconocen sinceramente, de acuerdo con la verdad y la justicia, los derechos recíprocos y los deberes mutuos. La paz es un orden vivificado e integrado por el amor, capaz de hacer sentir como propias las necesidades y las exigencias del prójimo, de hacer partícipes a los demás de los propios bienes, y de tender a que sea cada vez más difundida en el mundo la comunión de los valores espirituales. Es un orden llevado a cabo en la libertad, es decir, en el modo que corresponde a la dignidad de las personas, que por su propia naturaleza racional asumen la responsabilidad de sus propias obras[3].

La paz no es un sueño, no es una utopía: la paz es posible. Nuestros ojos deben ver con mayor profundidad, bajo la superficie de las apariencias y las manifestaciones, para descubrir una realidad positiva que existe en nuestros corazones, porque todo hombre ha sido creado a imagen de Dios y llamado a crecer, contribuyendo a la construcción de un mundo nuevo. En efecto, Dios mismo, mediante la encarnación del Hijo, y la redención que él llevó a cabo, ha entrado en la historia, haciendo surgir una nueva creación y una alianza nueva entre Dios y el hombre (cf. Jr 31,31-34), y dándonos la posibilidad de tener « un corazón nuevo » y « un espíritu nuevo » (cf. Ez 36,26).

Precisamente por eso, la Iglesia está convencida de la urgencia de un nuevo anuncio de Jesucristo, el primer y principal factor del desarrollo integral de los pueblos, y también de la paz. En efecto, Jesús es nuestra paz, nuestra justicia, nuestra reconciliación (cf. Ef 2,14; 2Co 5,18). El que trabaja por la paz, según la bienaventuranza de Jesús, es aquel que busca el bien del otro, el bien total del alma y el cuerpo, hoy y mañana.

A partir de esta enseñanza se puede deducir que toda persona y toda comunidad –religiosa, civil, educativa y cultural– está llamada a trabajar por la paz. La paz es principalmente la realización del bien común de las diversas sociedades, primarias e intermedias, nacionales, internacionales y de alcance mundial. Precisamente por esta razón se puede afirmar que las vías para construir el bien común son también las vías a seguir para obtener la paz.

Los que trabajan por la paz son quienes aman, defienden
y promueven la vida en su integridad

4. El camino para la realización del bien común y de la paz pasa ante todo por el respeto de la vida humana, considerada en sus múltiples aspectos, desde su concepción, en su desarrollo y hasta su fin natural. Auténticos trabajadores por la paz son, entonces, los que aman, defienden y promueven la vida humana en todas sus dimensiones: personal, comunitaria y transcendente. La vida en plenitud es el culmen de la paz. Quien quiere la paz no puede tolerar atentados y delitos contra la vida.

Quienes no aprecian suficientemente el valor de la vida humana y, en consecuencia, sostienen por ejemplo la liberación del aborto, tal vez no se dan cuenta que, de este modo, proponen la búsqueda de una paz ilusoria. La huida de las responsabilidades, que envilece a la persona humana, y mucho más la muerte de un ser inerme e inocente, nunca podrán traer felicidad o paz. En efecto, ¿cómo es posible pretender conseguir la paz, el desarrollo integral de los pueblos o la misma salvaguardia del ambiente, sin que sea tutelado el derecho a la vida de los más débiles, empezando por los que aún no han nacido? Cada agresión a la vida, especialmente en su origen, provoca inevitablemente daños irreparables al desarrollo, a la paz, al ambiente. Tampoco es justo codificar de manera subrepticia falsos derechos o libertades, que, basados en una visión reductiva y relativista del ser humano, y mediante el uso hábil de expresiones ambiguas encaminadas a favorecer un pretendido derecho al aborto y a la eutanasia, amenazan el derecho fundamental a la vida.

También la estructura natural del matrimonio debe ser reconocida y promovida como la unión de un hombre y una mujer, frente a los intentos de equipararla desde un punto de vista jurídico con formas radicalmente distintas de unión que, en realidad, dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su papel insustituible en la sociedad.

Estos principios no son verdades de fe, ni una mera derivación del derecho a la libertad religiosa. Están inscritos en la misma naturaleza humana, se pueden conocer por la razón, y por tanto son comunes a toda la humanidad. La acción de la Iglesia al promoverlos no tiene un carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de su afiliación religiosa. Esta acción se hace tanto más necesaria cuanto más se niegan o no se comprenden estos principios, lo que es una ofensa a la verdad de la persona humana, una herida grave inflingida a la justicia y a la paz.

Por tanto, constituye también una importante cooperación a la paz el reconocimiento del derecho al uso del principio de la objeción de conciencia con respecto a leyes y medidas gubernativas que atentan contra la dignidad humana, como el aborto y la eutanasia, por parte de los ordenamientos jurídicos y la administración de la justicia.

Entre los derechos humanos fundamentales, también para la vida pacífica de los pueblos, está el de la libertad religiosa de las personas y las comunidades. En este momento histórico, es cada vez más importante que este derecho sea promovido no sólo desde un punto de vista negativo, como libertad frente –por ejemplo, frente a obligaciones o constricciones de la libertad de elegir la propia religión–, sino también desde un punto de vista positivo, en sus varias articulaciones, como libertad de, por ejemplo, testimoniar la propia religión, anunciar y comunicar su enseñanza, organizar actividades educativas, benéficas o asistenciales que permitan aplicar los preceptos religiosos, ser y actuar como organismos sociales, estructurados según los principios doctrinales y los fines institucionales que les son propios. Lamentablemente, incluso en países con una antigua tradición cristiana, se están multiplicando los episodios de intolerancia religiosa, especialmente en relación con el cristianismo o de quienes simplemente llevan signos de identidad de su religión.

El que trabaja por la paz debe tener presente que, en sectores cada vez mayores de la opinión pública, la ideología del liberalismo radical y de la tecnocracia insinúan la convicción de que el crecimiento económico se ha de conseguir incluso a costa de erosionar la función social del Estado y de las redes de solidaridad de la sociedad civil, así como de los derechos y deberes sociales. Estos derechos y deberes han de ser considerados fundamentales para la plena realización de otros, empezando por los civiles y políticos.

Uno de los derechos y deberes sociales más amenazados actualmente es el derecho al trabajo. Esto se debe a que, cada vez más, el trabajo y el justo reconocimiento del estatuto jurídico de los trabajadores no están adecuadamente valorizados, porque el desarrollo económico se hace depender sobre todo de la absoluta libertad de los mercados. El trabajo es considerado una mera variable dependiente de los mecanismos económicos y financieros. A este propósito, reitero que la dignidad del hombre, así como las razones económicas, sociales y políticas, exigen que « se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos, o lo mantengan »[4]. La condición previa para la realización de este ambicioso proyecto es una renovada consideración del trabajo, basada en los principios éticos y valores espirituales, que robustezca la concepción del mismo como bien fundamental para la persona, la familia y la sociedad. A este bien corresponde un deber y un derecho que exigen nuevas y valientes políticas de trabajo para todos.

Construir el bien de la paz mediante un nuevo modelo de desarrollo y de economía

5. Actualmente son muchos los que reconocen que es necesario un nuevo modelo de desarrollo, así como una nueva visión de la economía. Tanto el desarrollo integral, solidario y sostenible, como el bien común, exigen una correcta escala de valores y bienes, que se pueden estructurar teniendo a Dios como referencia última. No basta con disposiciones de muchos medios y una amplia gama de opciones, aunque sean de apreciar. Tanto los múltiples bienes necesarios para el desarrollo, como las opciones posibles deben ser usados según la perspectiva de una vida buena, de una conducta recta que reconozca el primado de la dimensión espiritual y la llamada a la consecución del bien común. De otro modo, pierden su justa valencia, acabando por ensalzar nuevos ídolos.

Para salir de la actual crisis financiera y económica – que tiene como efecto un aumento de las desigualdades – se necesitan personas, grupos e instituciones que promuevan la vida, favoreciendo la creatividad humana para aprovechar incluso la crisis como una ocasión de discernimiento y un nuevo modelo económico. El que ha prevalecido en los últimos decenios postulaba la maximización del provecho y del consumo, en una óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas sólo por su capacidad de responder a las exigencias de la competitividad. Desde otra perspectiva, sin embargo, el éxito auténtico y duradero se obtiene con el don de uno mismo, de las propias capacidades intelectuales, de la propia iniciativa, puesto que un desarrollo económico sostenible, es decir, auténticamente humano, necesita del principio de gratuidad como manifestación de fraternidad y de la lógica del don[5]. En concreto, dentro de la actividad económica, el que trabaja por la paz se configura como aquel que instaura con sus colaboradores y compañeros, con los clientes y los usuarios, relaciones de lealtad y de reciprocidad. Realiza la actividad económica por el bien común, vive su esfuerzo como algo que va más allá de su propio interés, para beneficio de las generaciones presentes y futuras. Se encuentra así trabajando no sólo para sí mismo, sino también para dar a los demás un futuro y un trabajo digno.

En el ámbito económico, se necesitan, especialmente por parte de los estados, políticas de desarrollo industrial y agrícola que se preocupen del progreso social y la universalización de un estado de derecho y democrático. Es fundamental e imprescindible, además, la estructuración ética de los mercados monetarios, financieros y comerciales; éstos han de ser estabilizados y mejor coordinados y controlados, de modo que no se cause daño a los más pobres. La solicitud de los muchos que trabajan por la paz se debe dirigir además – con una mayor resolución respecto a lo que se ha hecho hasta ahora – a atender la crisis alimentaria, mucho más grave que la financiera. La seguridad de los aprovisionamientos de alimentos ha vuelto a ser un tema central en la agenda política internacional, a causa de crisis relacionadas, entre otras cosas, con las oscilaciones repentinas de los precios de las materias primas agrícolas, los comportamientos irresponsables por parte de algunos agentes económicos y con un insuficiente control por parte de los gobiernos y la comunidad internacional. Para hacer frente a esta crisis, los que trabajan por la paz están llamados a actuar juntos con espíritu de solidaridad, desde el ámbito local al internacional, con el objetivo de poner a los agricultores, en particular en las pequeñas realidades rurales, en condiciones de poder desarrollar su actividad de modo digno y sostenible desde un punto de vista social, ambiental y económico.

La educación a una cultura de la paz:
el papel de la familia y de las instituciones

6. Deseo reiterar con fuerza que todos los que trabajan por la paz están llamados a cultivar la pasión por el bien común de la familia y la justicia social, así como el compromiso por una educación social idónea.

Ninguno puede ignorar o minimizar el papel decisivo de la familia, célula base de la sociedad desde el punto de vista demográfico, ético, pedagógico, económico y político. Ésta tiene como vocación natural promover la vida: acompaña a las personas en su crecimiento y las anima a potenciarse mutuamente mediante el cuidado recíproco. En concreto, la familia cristiana lleva consigo el germen del proyecto de educación de las personas según la medida del amor divino. La familia es uno de los sujetos sociales indispensables en la realización de una cultura de la paz. Es necesario tutelar el derecho de los padres y su papel primario en la educación de los hijos, en primer lugar en el ámbito moral y religioso. En la familia nacen y crecen los que trabajan por la paz, los futuros promotores de una cultura de la vida y del amor[6].

En esta inmensa tarea de educación a la paz están implicadas en particular las comunidades religiosas. La Iglesia se siente partícipe en esta gran responsabilidad a través de la nueva evangelización, que tiene como pilares la conversión a la verdad y al amor de Cristo y, consecuentemente, un nuevo nacimiento espiritual y moral de las personas y las sociedades. El encuentro con Jesucristo plasma a los que trabajan por la paz, comprometiéndoles en la comunión y la superación de la injusticia.

Las instituciones culturales, escolares y universitarias desempeñan una misión especial en relación con la paz. A ellas se les pide una contribución significativa no sólo en la formación de nuevas generaciones de líderes, sino también en la renovación de las instituciones públicas, nacionales e internacionales. También pueden contribuir a una reflexión científica que asiente las actividades económicas y financieras en un sólido fundamento antropológico y ético. El mundo actual, particularmente el político, necesita del soporte de un pensamiento nuevo, de una nueva síntesis cultural, para superar tecnicismos y armonizar las múltiples tendencias políticas con vistas al bien común. Éste, considerado como un conjunto de relaciones interpersonales e institucionales positivas al servicio del crecimiento integral de los individuos y los grupos, es la base de cualquier educación a la auténtica paz.

Una pedagogía del que trabaja por la paz

7. Como conclusión, aparece la necesidad de proponer y promover una pedagogía de la paz. Ésta pide una rica vida interior, claros y válidos referentes morales, actitudes y estilos de vida apropiados. En efecto, las iniciativas por la paz contribuyen al bien común y crean interés por la paz y educan para ella. Pensamientos, palabras y gestos de paz crean una mentalidad y una cultura de la paz, una atmósfera de respeto, honestidad y cordialidad. Es necesario enseñar a los hombres a amarse y educarse a la paz, y a vivir con benevolencia, más que con simple tolerancia. Es fundamental que se cree el convencimiento de que « hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fin, perdonar »[7],de modo que los errores y las ofensas puedan ser en verdad reconocidos para avanzar juntos hacia la reconciliación. Esto supone la difusión de una pedagogía del perdón. El mal, en efecto, se vence con el bien, y la justicia se busca imitando a Dios Padre que ama a todos sus hijos (cf. Mt 5,21-48). Es un trabajo lento, porque supone una evolución espiritual, una educación a los más altos valores, una visión nueva de la historia humana. Es necesario renunciar a la falsa paz que prometen los ídolos de este mundo y a los peligros que la acompañan; a esta falsa paz que hace las conciencias cada vez más insensibles, que lleva a encerrarse en uno mismo, a una existencia atrofiada, vivida en la indiferencia. Por el contrario, la pedagogía de la paz implica acción, compasión, solidaridad, valentía y perseverancia.

Jesús encarna el conjunto de estas actitudes en su existencia, hasta el don total de sí mismo, hasta « perder la vida » (cf. Mt 10,39; Lc 17,33; Jn 12,35). Promete a sus discípulos que, antes o después, harán el extraordinario descubrimiento del que hemos hablado al inicio, es decir, que en el mundo está Dios, el Dios de Jesús, completamente solidario con los hombres. En este contexto, quisiera recordar la oración con la que se pide a Dios que nos haga instrumentos de su paz, para llevar su amor donde hubiese odio, su perdón donde hubiese ofensa, la verdadera fe donde hubiese duda. Por nuestra parte, junto al beato Juan XXIII, pidamos a Dios que ilumine también con su luz la mente de los que gobiernan las naciones, para que, al mismo tiempo que se esfuerzan por el justo bienestar de sus ciudadanos, aseguren y defiendan el don hermosísimo de la paz; que encienda las voluntades de todos los hombres para echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, para estrechar los vínculos de la mutua caridad, para fomentar la recíproca comprensión, para perdonar, en fin, a cuantos nos hayan injuriado. De esta manera, bajo su auspicio y amparo, todos los pueblos se abracen como hermanos y florezca y reine siempre entre ellos la tan anhelada paz[8].

Con esta invocación, pido que todos sean verdaderos trabajadores y constructores de paz, de modo que la ciudad del hombre crezca en fraterna concordia, en prosperidad y paz.

Vaticano, 8 de diciembre de 2012

BENEDICTUS PP. XVI


[1] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 1.

[2] Cf. Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963): AAS 55 (1963), 265-266.

[3] Cf. ibíd.: AAS 55 (1963), 266.

[4] Carta enc., Caritas in veritate (29 junio 2009), 32: AAS 101 (2009), 666-667.

[5] Cf. ibíd., 34. 36: AAS 101 (2009), 668-670; 671-672.

[6] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1994 (8 diciembre 1993), 2:AAS 86 (1994), 156-162.

[7] Discurso a los miembros del gobierno, de las instituciones de la república, el cuerpo diplomático, los responsables religiosos y los representantes del mundo de la cultura, Baabda-Líbano (15 septiembre 2012): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española, 23 septiembre 2012, p. 6.

[8] Cf. Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963): AAS 55 (1963), 304.

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miércoles, 12 de diciembre de 2012

Fundación Camino atiende pedido de Arzobispo de Bogotá con el "Kit Cigüeña"



Bogotá (Martes, 11-12-2012, Gaudium Press) Atendiendo el reciente apelo del Cardenal Rubén Salazar Gómez, arzobispo de Bogotá -quien llamó a los fieles a luchar para que prevalezca la inviolabilidad de la vida humana-, la Fundación Camino ha diseñado la Campaña "La Dulce Espera", que alude a los tiempos previos a un nacimiento y que tiene como iniciativa primordial lo que se ha denominado el ‘kit cigüeña'. "El objetivo es generar conciencia y procurar la participación de todos los fieles en la promoción de la defensa de la vida desde el vientre materno y contrarrestar la cultura abortista que se nos ha venido imponiendo", afirman los promotores de la iniciativa.

La metodología de la Campaña tiene en este diciembre tres ‘momentos'. Primero, un grupo de voluntarios recorre diversas parroquias, principalmente de la capital colombiana, en las que se dicta una conferencia de promoción de la vida y advirtiendo sobre la ideología abortista.

Igualmente, en las diversas parroquias, y también por otros canales de comunicación, se explica a las personas en qué consiste el "kit cigüeña", y se les invita a realizar sus donaciones. A los interesados se les presentan diversas alternativas de "kit": - Pañales - Primera muda para un bebe. (Puede llevar una cobija opcional) - Kit de aseo para bebé y - Ropa usada en buen estado para bebés. Las donaciones son recogidas después en cada parroquia.

Finalmente, la semana de donaciones se encierra con el rezo del Rosario en un espacio concertado con la comunidad y con el párroco. La Fundación Camino conducirá las donaciones a madres en cárceles, o a otras Fundaciones que ayudan a gestantes en dificultad financiera.

Yeny Baez, una de las organizadoras de la campaña, en diálogo con Gaudium Press, afirmó que la idea surgió del "kit para los presos", que es una iniciativa que promueve la Pastoral Social en Colombia.

"Queremos defender la vida con hechos concretos, evangelizar con la caridad", expresó Baéz. Las donaciones se harán llegar no sólo a Bogotá sino también a Ibagué y Villavicencio.

Más informaciones pueden ser obtenidas en el cel. 313 4675724
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domingo, 9 de diciembre de 2012

“Nuestro poder está en el poder de la verdad”: Card. Rubén Salazar Gómez

 (Semana) Monseñor Rubén Salazar Gómez, Arzobispo de Bogotá y recién nombrado Cardenal por el Papa Benedicto XVI, habló en entrevista con la Revista Semana, sobre la situación actual del país, la Iglesia, el “matrimonio” gay, el aborto, el conflicto entre otros.

Al ser preguntado sobre su nombramiento como Cardenal respondió: “La Iglesia Católica en Colombia ha sido un factor de cultura, de educación y de convivencia sumamente importante, y que uno de sus hijos sea elegido por el santo padre para ser cercano colaborador en el gobierno de la Iglesia universal es de gran importancia porque la voz de la Iglesia colombiana va a pesar de manera especial en las decisiones que se tomen.”

Respecto de sus preocupaciones sobre el país, dijo: “Hay muchos factores en los que el país tiene que lograr cambios muy profundos. Uno es el de la equidad social, el de la igualdad… mientras no logremos que cada colombiano al nacer tenga las mismas oportunidades, el país no podrá marchar como debe marchar. El otro cambio es el de la justicia social, entendida no solo como la distribución de la riqueza, sino como el desarrollo armonioso y equilibrado, en el que todas las posibilidades de las personas y todas las riquezas del país puedan integrarse para lograr una sociedad verdaderamente justa y equitativa.”

A una pregunta del entrevistador, acerca de si la Iglesia proponía un camino político concreto respondió: “La Iglesia no tiene una propuesta política concreta, porque no es un partido político, y para hacerlas, tendría que convertirse en partido…” y luego añadió “A Dios gracias no tenemos ya el poder político, a Dios gracias no tenemos el poder económico, a Dios Gracias no tenemos ese tipo de poder. Nuestro poder está en el poder de la verdad, que no se deja intimidar, tergiversar y que por ser incómoda muchas veces entra en conflicto porque en la sociedad a veces la mentira es conveniente.”

Frente al tema del bien común, la respuesta del cardenal fue: “Hay un núcleo de valores fundamentales que los partidos deben ver cómo se concretan y se llevan a la práctica. Ya hablamos de la equidad, de la igualdad, pero hay que hablar de otros, el valor de la convivencia, de trabajar juntos, de descubrir el bien común… Desafortunadamente para nosotros Colombia es una idea gaseosa, que no nos motiva, no nos mueve, no nos empuja. Tenemos poco sentido de pertenencia. Por eso no hay un deseo común de luchar para alcanzar una patria más libre, más democrática; en la que podamos vivir todo en paz. Por el contrario, cada uno trata de buscar sus propios intereses y esto hace que se desgarre el tejido social, que de por sí ya está roto por los grandes desplazamientos que se han producido en las ultimas décadas.”

“A partir del evangelio tenemos una compresión clara de lo que es el ser humano. Defendemos aquello que pensamos es lo que facilita la plena dignidad y el pleno desarrollo de la persona humana. Se nos acusa que trabajamos a partir de principios religiosos. Es lógico, somos una religión, somos una fe, pero eso no significa que por el hecho de ser una fe nuestros puntos de vista tengan que ser descalificados.” dijo. Acerca del “matrimonio” entre personas del mismo sexo, respondió: “Que desvirtúa totalmente el tejido social, que nace precisamente de la unión del varón y la mujer, que es la unión natural, fecunda, que permite la complementariedad profunda entre los dos y que puede aportar a la sociedad. No tengo nada contra las uniones de ellos, pero que no pretendan constituirse como célula fundamental de la sociedad con la misma validez e importancia que tiene un matrimonio heterosexual. Desde que el hombre existe sobre la tierra ha habido la unión entre varón y mujer.” y frente al tema del aborto: “La Iglesia siempre va a mantener su posición de respeto a la vida. Partimos del principio de que toda vida hay que respetarla, en especial en sus etapas más vulnerables, que son cuando empieza el embrión a formarse y en sus momento más difíciles, como las enfermedades terminales, de los últimos minutos de existencia.”

Finalmente, sobre el tema de las negociaciones de paz, apuntó: “En este momento se está dando algo nuevo que no hemos vivido en otros momentos de encuentro entre el gobierno y la guerrilla, y es la claridad. En La Habana se trata de lograr el fin del conflicto y no la construcción de una sociedad nueva. Ese es un punto fundamental. En eso el señor presidente ha sido absolutamente claro. Otra cosa es construir una sociedad más justa, equitativa, que respete los derechos de cada uno, y para eso está el juego democrático. Por eso nuestra invitación a los grupos armados es que dejen de tratar de imponerse por las armas y entren al juego democrático para que entre todos construyamos una democracia válida, que a decir verdad hasta ahora ha sido muy frágil por muchos motivos.”

Para ver la entrevista completa, clic aquí: http://www.semana.com/nacion/dios-gracias-no-tenemos-poder-politico/189399-3.aspx

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