
El senador liberal Juan Manuel Galán radicó, el pasado 21 de julio, el proyecto de ley 27 de 2014 Senado que dice regular el Proyecto de Acto Legislativo 02 de 2009, por el cual el Congreso de la República revirtió la sentencia de la Corte Constitucional que despenalizó la dosis mínima. Con revisar por encima el proyecto, puede verse de inmediato que lejos de pretender regular el acto legislativo, el proyecto del senador Galán quiere revertir la decisión tomada por el Congreso firmándole un cheque en blanco al gobierno para que haga lo que quiera sobre la materia.
En el 2009, el Congreso de la República aprobó una reforma al artículo 49 de la Constitución Política para añadir:
El porte y el consumo de sustancias estupefacientes o sicotrópicas está prohibido, salvo prescripción médica. Con fines preventivos y rehabilitadores la ley establecerá medidas y tratamientos administrativos de orden pedagógico, profiláctico o terapéutico para las personas que consuman dichas sustancias. El sometimiento a esas medidas y tratamientos requiere el consentimiento informado del adicto. [Respecto a la expresión subrayada, la Corte Constitucional se declara INHIBIDA mediante Sentencia C-574 de 2011]
Así mismo el Estado dedicará especial atención al enfermo dependiente o adicto y a su familia para fortalecerla en valores y principios que contribuyan a prevenir comportamientos que afecten el cuidado integral de la salud de las personas y, por consiguiente, de la comunidad, y desarrollará en forma permanente campañas de prevención contra el consumo de drogas o sustancias estupefacientes y en favor de la recuperación de los adictos.
Esa salvedad, establecida por el Congreso para reconocer el hecho de que algunos medicamentos son utilizados como estupefaciente recreativo, y que no podía privarse de él a quienes los necesitaran para tratar sus enfermedades, es lo que el senador necesita para usarlo como boquete y pasar por ahí la despenalización amplia de la marihuana.
El proyecto se titula “por medio de la cual se reglamenta el Acto Legislativo número 02 de 2009”, pero ¿Qué reglamentación es la que propone? Vean ustedes:
Artículo 2°. Autorización expresa. Se autoriza al Gobierno nacional, el cultivo, cosecha y uso del cannabis, con fines de investigación científica o para la elaboración de productos terapéuticos o medicinales.
Parágrafo. El Gobierno Nacional, a través del Ministerio de Salud y Protección Social, aprobará los proyectos de investigación relacionados con las cepas de cannabis para regular su uso terapéutico y medicinal.
Artículo 3°. Protocolo de manejo. El Ministerio de Salud y Protección Social deberá formular las políticas d e direccionamiento pertinentes, para el uso terapéutico adecuado del cannabis o sus productos derivados.
El proyecto no consiste en otra cosa, más que en una autorización expresa del Congreso al gobierno nacional para que tome las decisiones que quiera sobre la materia, por vía de decreto. Se trata de un desprendimiento tan explícito del poder legislativo en favor del ejecutivo, que incluso pareciera que fuera el gobierno el que estuviera detrás del proyecto, sólo que no atreve a presentarlo a nombre propio.
Galán utiliza una excusa que además es absurda: Aunque el THC ha sido mencionado para aliviar algunas dolencias, la marihuana trae consigo un conjunto de efectos adversos que hacen que su consumo constituya siempre un perjuicio para la salud de quien la consume. En segundo lugar, porque el THC no es el único medicamento conocido para aliviar tales dolencias. De modo que en este caso, el uso “terapéutico” es sólo la excusa con que se pretende que ahora sea el Estado el que se dedique a cultivar la marihuana.






Hace varias semanas discutíamos el origen de los principios que la Iglesia ha llamado “no negociables” (Vida, Familia y Libertad Religiosa), y el carácter que ese título les da frente a otros temas que parecieran ser meramente opinables. Entonces veíamos cómo mientras algunas cuestiones eran de plano incompatibles con la fe cristiana, otros problemas merecían un juicio mucho más prudencial, y en el cual no se podía demandar la adhesión de los fieles a una única agenda política.

El primer de ellos se trata de la foto tomada por Lindsay Foster que muestra a dos hombres con el torso desnudo abrazando al bebé que reciben como resultado de un contrato de maternidad subrogada, en el cual una mujer donó los óvulos que luego de ser fecundados, fueron implantados en otra que gestó al niño por nueve meses. Esta imagen, que apareció en portada de varios medios a nivel internacional como noticia por el día del “orgullo gay”, muestra a una de ellas, la madre gestante, a quien le sustraen el niño, pues, utilizada como una máquina de tener hijos, obtiene su paga y carece de cualquier derecho sobre él.
El segundo caso es el de la estrella estadounidense de televisión Sherri Sheperd, que se encontraba “esperando” un bebé por maternidad subrogada pero luego del fracaso de su matrimonio ha dicho que no quiere tener “nada que ver” con ese bebé. En cierto modo se podría decir que ella no hace más que “cancelar el pedido”, lo que implica que el bebé sea “adoptado” por su madre gestacional o su madre genética, o que se entregado a un orfanato, o peor todavía, que la madre gestacional aborte a la criatura.
La «crisis demográfica», a la que ABC dedicaba ayer su «Primer Plano» es muy fácil de entender, hasta que llegan los estadísticos con su pedrisco de porcentajes y los sociólogos con su cháchara confundidora. La explicación teológica que nos brinda el Génesis (la eterna enemistad entre la descendencia de la mujer y la descendencia de la antigua serpiente) no puede ser más sencilla e irrebatible; pero en un mundo al que la teología le suena a sánscrito hay que probar otras explicaciones. Así lo hizo Chesterton en repetidos artículos donde se dedicaba a desenmascarar la conspiración de cobardes que había hecho del antinatalismo cuestión primordial. En realidad, tal desenmascaramiento no exigía demasiada perspicacia, pues el economicismo liberal, con Adam Smith y David Ricardo a la cabeza, ya se había encargado de establecer que el paraíso en la Tierra por ellos diseñado sólo podría funcionar si los «proletarios» dejaban de tener aquellas proles copiosas que demandaban salarios excesivos. David Ricardo llegó, incluso, a pedir que se prohibiese la beneficencia, para que los salarios ínfimos fuesen el estímulo antinatalista definitivo; y avizoró que unos proletarios sin prole, al no tener que preocuparse por el futuro de sus hijos, desarrollarían unos «benéficos» instintos egoístas que redundarían en provecho de la «mano invisible» que rige el mercado. Ciertamente, no se equivocaba.


